Miguel Perlado: «Si no hay diálogo, no hay pensamiento»
Hablamos con Miquel Perlado, psicólogo especialista en sectas y negacionismo, para investigar las razones que nos llevan a creer estos rumores
Miguel Perlado es psicólogo clínico y lleva más de 25 años especializado en sectas y otras dinámicas adoctrinantes. También interviene como perito especialista en juzgados tanto en cuestiones civiles como penales en casos relacionados con sectas y situaciones afines. Hemos hablado con él para investigar un tema que nos genera muchos interrogantes y que los jóvenes nos preguntan a menudo: ¿por qué creemos los rumores y las narrativas sospechosas?
- ¿Existe un perfil concreto de personas que creen en rumores o narrativas sectarias? ¿Qué factores podrían contribuir a la susceptibilidad a creer en estas noticias?
La experiencia nos dice que primero algunas circunstancias contextuales pueden incidir en ellas, es decir, cosas que sucedan en el ambiente, en la cultura, como la pandemia o las guerras. (…) En momentos de crisis social, de guerra, puede haber una proliferación más abundante de cierta rumorología o de ciertas concepciones, que finalmente pueden enganchar a una cultura en crisis.
Individualmente, podríamos decir tres cuartos de lo mismo. Es decir, una persona que pasa por un momento de crisis (…) puede ser más propensa o más vulnerable a tragarse determinadas noticias. Desde mi experiencia, personas que tienen más predisposición a un pensamiento más mágico o de ciertas concepciones de la realidad esotéricas, pueden tener una mayor propensión, a tragar determinadas noticias que en ese contexto tienen un cierto sentido.
Indudablemente, después pueden haber otros factores, desde el punto de vista interactivo o psicosocial: inciden la publicidad, los medios de comunicación, las nuevas tecnologías… Hay una saturación de tanta información, que al final es difícil formarse un criterio. Estamos en una cultura en la que predomina la simplificación, el eslogan. Hemos perdido el ejercicio de hacer crítica, y decir: «vamos a ver otro medio y no nos quedemos con el titular». Esto también es una vulnerabilidad que tenemos ahora mismo socialmente.
- Has mencionado una relación entre la propensión a creer en estas narrativas y la creencia en otros conceptos fantasiosos o mágicos.
Sí, lo englobamos bajo el rótulo del pensamiento mágico. (…) Nos da mucha seguridad tener un mundo en el que, a veces, podemos refugiarnos. Las convicciones mágicas, en sí mismas, no son nocivas. Pueden empezar a ser nocivas si se convierten en un refugio para no encarar una realidad compleja: ¿Quieres ir con una vidente? Fantástico. (…) El problema es si cada día, para salir a la calle, necesitas que te tiren las cartas, si te agarras a esto como un refugio. La gente que he visto, sobre todo pospandemia, han tenido un momento de crisis, de ruptura, de desconexión, pero ya tenían algunas convicciones mágicas o una cierta atracción por este mundo En el ámbito técnico, lo describimos hablando del pensamiento mágico, de explicaciones fantasiosas, enlunadas, que a veces necesitamos para sanar el dolor de la vida. Y repito: esto no es nocivo si son flexibles, si estas creencias pueden ser cuestionadas, mientras no se impongan como una verdad única. Aquí es donde empezaría la fanatización, es decir, la mente se polariza, y si tenemos un contexto alrededor que nos estimula a creer que estamos en posesión de la verdad y los demás están equivocados, entramos en una franja más problemática: nos podemos volver intolerantes sosteniendo una verdad que seguramente no es cierta.
- ¿Las creencias preconcebidas influyen en la propensión a creer en rumores? ¿Cómo?
Sí. Yo trabajo desde hace 25 años con personas que pueden estar vinculadas a sectas, a movimientos pseudoespirituales, mágicos, esotéricos, etc., y ves que, si ha habido ciertas convicciones en su contexto familiar y de relaciones, esto les hace sensibles a entrar más fácilmente en unas ideas u otras. Evidentemente, si un niño ha crecido en un entorno donde sus padres tienen unas convicciones esotéricas o paranormales, es más fácil que se cuelen, porque el marco cultural y mental es este; esta pieza encaja perfectamente.
- En general, ¿las personas que creen en estos rumores o entran en sectas se dan cuenta del proceso por el que están pasando? ¿Cuál es su reacción cuando se dan cuenta?
Es una buena pregunta: cuando están dentro, hay un proceso algo paradójico. Por un lado, la persona lo simplifica: «He encontrado la verdad, todas las piezas encajan, ahora lo entiendo todo». Pero al mismo tiempo en este proceso hay mucho sufrimiento, supone un nivel de estrés brutal a lo largo del día, implica mucho desgaste. Y en este proceso, basándome en lo que he trabajado con personas muy adentradas en esto, hay momentos de duda, existen micro planteamientos de decir, “no sé si…”. Pero aunque tengan alguna pequeña duda, el mismo contexto hace que acaben encontrando otra pieza para justificarla o contrarrestarla.
¿Cuándo tocan fondo? Pues cuando esto ya no puede sostenerse desde un punto de vista objetivo. Es decir, que después de un análisis, dices: “¿Pero no ve usted que esto no es posible? ¿Que esto es un montaje que no existe?”. Ahora tenemos argumentos cada vez más complejos que se apoyan en la neurociencia o la física cuántica, y esto les da peso y ya no se cuestionan. Estamos en una cultura en la que cada vez pensamos menos y cada vez estamos más iluminados por el entretenimiento, el placer y lo más inmediato, lo que no facilita una construcción del pensamiento crítico.
- ¿Cómo se trabaja la terapia sin que estas personas consideren el discurso como paternalista o aleccionador?
No sólo eso, sino que pueden verte como una pieza del sistema. Aquí hay que empezar un diálogo: «Yo no lo sé todo, y como no lo sé, necesito que usted me lo cuente». No se trata tanto de rebatir estas convicciones frontalmente, porque esto la experiencia nos dice que lleva de nuevo a un callejón sin salida, ya que tú pasas a ser un agente suscriptor, pasas a ser sospechoso. Se trata más de trabajar con la persona para intentar entender cómo ve la realidad, cómo la entiende y cómo se relaciona, ya partir de ahí, ir por piezas, para que todo el sistema se pueda reagrupar o reorganizar.
Yo trabajo con las familias (…) y hacemos encuentros muy intensivos, de un día o dos, debatiendo con la persona y analizando su experiencia, para intentar que abra la mente, para intentar que vea las cosas desde otros ángulos, y para que tome sus decisiones. Yo no necesito que cambie toda su visión de la realidad, necesito que haga un esfuerzo de cambiar su perspectiva para intentar mirarlo desde otro ángulo, y yo intentaré mirarlo desde el suyo. Y si podemos realizar esta tarea, implica que la persona se flexibilice, que comience un proceso de pensamiento.
Una persona puede creer en la Virgen María, en Jesucristo, en Buda, en las naves extraterrestres, en las energías o que abrazando un árbol, sus chacras se alinean, mientras esto no distorsione su percepción de la realidad, sus vínculos , su modo de funcionar, su bienestar. No hay problema. Pueden establecerse puentes, mantener un diálogo para hacer crecer la mente, sobre todo porque muchas de estas creencias pueden ser sistemas metafóricos de explicarse a algunas cosas, y que cuando se convierten en algo concreto, pierden su virtud de simbolizar . (…) Si directamente atacamos con un «esto es mentira y tú te lo has tragado», cerraremos el pensamiento, porque no podremos iniciar un diálogo. A fuerza de conversar, la persona puede llegar a un punto que diga: «Ahora que lo veo así, es verdad que no tiene mucho sentido». (…) En estas intervenciones relacionadas con sectas nos ayuda mucho entender que las convicciones no se pueden cambiar de un día para otro, que implican un trabajo sostenido en el tiempo y que debemos entrar por la vertiente afectiva: ¿Qué le ha pasado a la persona para comprar estas narrativas o para aferrarse a ellas como un clavo al rojo vivo?
- ¿Estas personas buscan ayuda por sí mismas o por lo general vienen llevadas por otras personas?
Por lo general, vienen traídas por otros. ¿Por qué? Porque la persona está en posición de la verdad, no necesita a nadie, y es más: ayuda a los demás. Normalmente no buscan ayuda, y si buscan es porque se rompen y ya no pueden más. Esto suele ocurrir sobre todo en contextos, por ejemplo, de conespiritualidad, esta mezcla entre conspiracionismo y espiritualidad: “Tenemos una gran verdad, los gobiernos nos esconden la presencia de naves extraterrestres”. Desmontar cada pieza es imposible, pero conviene entrar en un proceso abierto de conversación con la persona, muy paciente, que no sea crítico ni confrontativo de entrada. Es difícil abrir este diálogo porque resbalan hacia una cierta radicalización, fanatización de su discurso, porque creen que la verdad con vehemencia y con rotundidad es más verdad todavía, y no. Si algo es verdad, es verdad, ya está, no hace falta gritar ni impulsarlo. Saldrá por sí sola.
- Entonces entiendo que la paciencia juega un papel muy importante en este tipo de terapias.
Mucho. Estas personas creen que la mejor defensa es un ataque y es lo que hacen. Primero atacan, porque se defienden de algo que haría tambalear su edificio, que los sostiene. ¿Por qué tienen tanta necesidad de convencer de algo? Quizás es que deben autoconvencerse para sostenerse. Entonces, mucha paciencia desde el punto de vista educativo, asistencial o psicológico y familiar. No se trata de atacar diciendo: “Mira, que esto es mentira, ¿no ves? Si lo dice todo el mundo”. La persona en ese momento está absolutamente atrapada y si actuamos así, todavía se pondrá más a la defensiva.
Lo primero siempre es mirar si podemos modular y reducir los riesgos de que la gente se vuelva fanática. Hoy en día tenemos un contexto cultural muy variado, con muchas opciones, pero paradójicamente esto resulta también en cierta radicalización y en unos posicionamientos de género, de transexualidad, políticos, donde las posiciones se polarizan. (…) Teóricamente podríamos tener mucha flexibilidad, pero nos encontramos lo contrario. Es interesante plantearse qué nos ocurre como personas que necesitamos verdades únicas. (…) Un proceso de terapia, debería ayudar a que la persona se replantee cosas desde un ritmo tranquilo, progresivo, respetuoso con su intimidad, no forzado. (…) Es cierto que a veces necesitamos mentirnos para funcionar o superar una situación dolorosa o difícil. Si esta mentira es transitoria o está sujeta a la flexibilización o al diálogo, es humano, y puede trabajarse. Pero si es más radical, comienza la franja problemática. Y además, si existe un contexto social que valida, todavía lo dificulta más.
Cuestionar a estas personas es difícil porque debe hacerse desde el respeto, no desde el ataque y desde la desvaloración, usando el sentido común. Debemos ayudar a que la persona se ponga en los zapatos del otro, que vea el argumento desde el punto de vista del otro y esto implica toda una tarea de empatizar.
- Entiendo que también juega un papel importante el propio orgullo.
Es un aspecto primordial, porque muchas veces no lo sueltan precisamente por el orgullo. “¿Ahora cómo voy a decir que tenían razón ellos? No diré nada, por mis narices”. “Bueno, quizá tengas parte de razón, pero no el 100%, ¿eh? Porque yo tengo parte de razón también”. Aquí no se trata de quién gana y quién pierde, se trata de que podamos sopesar los argumentos y ver si podemos enriquecernos con una mezcla de ambos. Pero sí, el orgullo muchas veces hace que se queden atrapados por no aflojar.
También debe valorarse cada contexto: a nivel más micro, dentro de cada familia, se deben ver las dinámicas: si la persona quiere protagonismo, quiere ser el hijo predilecto, quiere ser el pater familias que da lecciones al resto y tiene gran autoridad… Según el contexto, la persona puede ser más resistente a aflojar. (…) Esto lo hemos visto, por ejemplo, en grupos sectarios que a lo largo de toda su historia han anunciado fechas de fin del mundo y cuando no han llegado, se justifican diciendo que ha sido un error de cálculo, o que no iban desencaminados porque eran las primeras señales. ¿Otras explicaciones? «Nosotros hemos parado el fin del mundo con nuestras prácticas». Y esto es un claro ejemplo de cómo lo retorcemos todo para autoexplicárnoslo y que no se tambalee nuestro edificio.
¿Estamos dispuestos a buscar la verdad, o nuestra naturaleza nos hace susceptibles a la influencia sin pensar críticamente?
Yo creo que, de alguna manera, ambas partes están funcionando. Es decir, existe una tendencia inherente en todos nosotros a buscar la verdad. No lo digo en mayúsculas, digo ciertas verdades, de cómo funciona el mundo, de cómo funcionan las relaciones, de qué es la vida… Hay algunas preguntas que son esenciales y que las tenemos todos llegado un punto de nuestra trayectoria: si tiene sentido la vida, qué hacemos aquí, qué será de mí después de esto, ¿qué quedará de mí?
Lo que ocurre es que a la vez que hay una tendencia a buscar la verdad en nuestro interior, también hay una tendencia fuerte a no buscarla. Y esto es paradójico. Un ejemplo: las personas que vienen a buscar terapia, teóricamente vienen a buscar ayuda, pero al mismo tiempo no quieren. Porque esto implicará que debo mover todo mi edificio mental. Pues no me da la gana, a mí me funciona la vida así. ¿Por qué debo cambiar? Hay una fuerte resistencia al cambio, hay una fuerte tendencia en nuestro interior a que las cosas se queden siempre así, porque es más simplificador y más fácil. Vivimos en la cultura del atracón. Nuestra mente funciona simplificando, no buscando. Si tengo un argumento sencillo, mejor. Y esto nos ocurre cuando entramos en crisis: buscamos al enemigo fuera. “Y yo, ¿en qué he intervenido en todo esto? Y a mí, ¿eso en qué me toca? ¿Me obliga a cambiar de posición? No, quiero que cambie el otro”. Nadie quiere cambiar. Al mismo tiempo que buscamos las verdades, no queremos. Y esto es doloroso, porque cuando encontramos pequeñas verdades que son fruto de un esfuerzo emocional, decimos: “¡Ostras, pues esto tiene sentido!” Y reorganizamos nuestra experiencia emocional con verdades minúsculas y transitorias. Esto también nos obliga a cambiar, y es muy difícil porque nos da pánico cambiar. Por eso buscamos dejarlo todo igual y estático. Estos tipos de explicaciones son muy complejas, pero buscan dejar la realidad estática y con una foto fija tranquilizadora. Y esto alimenta mucho el recurso mental que busca no pensar.
- ¿Qué factores podrían facilitar el desarrollo del pensamiento crítico en las personas?
Esto es un reto que pienso que tienen escuelas y familia, ambos. Debemos fomentar el hablar, dialogar, debatir, rebatir, conversar. Algo que hemos perdido, ya no conversamos. Estamos en una misma mesa cada uno con su dispositivo. Ya sé que es una imagen estereotipada, pero no existe diálogo, y si no hay diálogo, no hay pensamiento. El pensamiento llega del intercambio con el otro, y de la fricción. Si no hay fricción, no existe construcción de pensamiento, pero la fricción debe ser tolerable, no intolerable ni impuesta. Es una fricción natural. Cuando existe conflicto, hay crecimiento. Y ahora estamos en una cultura en la que no queremos conflicto, queremos todo fácil, no queremos problemas. (…) Convivimos juntos, mucha gente, a lo largo de mucho tiempo, y hay fricciones. Y debemos poder tolerarlas, hablarlas, dialogarlas y aprender de ellas.
Trabajar todas estas situaciones permitirá alimentar la mente y construir una forma de pensar. Para mi es importante el proceso, más que el resultado. Debemos hacer esfuerzos para ayudar a construir este proceso. Porque si el proceso funciona, el resultado podrá ser variado, pero será fruto de un proceso. Y esto es lo que interesa. Que exista una coherencia con la persona, no por imponer una racionalidad al mundo, sino porque haya un proceso de construcción social. Debemos construir redes más colaborativas, más dialogantes, de debate, porque nuestra tendencia es la contraria: no queremos pensar y queremos simplificaciones. Pero si podemos construir un contexto de colaboración y pensamiento conjunto, la experiencia tendrá efectos a largo plazo.