Irene de Puig i Olivé: «El pensamiento crítico no se puede enseñar, debe aprenderse»

Si no lo cultivamos, tendemos a un pensamiento simple, espontáneo, sin filtro

Si no lo cultivamos, tendemos a un pensamiento simple, espontáneo, sin filtro

Irene de Puig fue directora del Grupo IREF hasta 2015 y actualmente es asesora y colaboradora. También es autora de numerosos libros sobre educación, filosofía, derechos humanos y de los niños, y ética. Ha colaborado en revistas y congresos, y ha participado en iniciativas de innovación pedagógica. 

Hablamos con Irene de Puig sobre pensamiento crítico en un contexto educativo y de aula. Esta es la transcripción de una entrevista oral.

Desde tu experiencia, ¿qué es el pensamiento crítico en el contexto de la educación?

Primero, aunque parezca elemental, debemos distinguir entre pensamiento crítico y ser «criticón». Los críticos tienen muy mala fama en política, en fútbol… De vez en cuando, en las grandes estructuras aparecen «los críticos», los otros, los disidentes. En el arte, en el cine, en el teatro, etc., los críticos a menudo son considerados personajes que siempre encuentran defectos y carencias. Esta es una visión muy limitada del pensamiento crítico. La palabra «crítico» debe ser puesta en su justo lugar, porque si no, podemos caer en la trampa del negativismo. La persona crítica es aquella que pasa sus pensamientos por un filtro; la actividad mental que no podemos detener forma parte de un flujo continuo, pero dar un salto cualitativo implica pasar de un pensamiento ordinario y espontáneo a uno intencionado, consciente, ordenado y reflexivo.

Debemos convertir el concepto de pensamiento crítico en algo positivo y razonable, en un pensamiento humanizador que no se basa solo en una respuesta visceral. Todos podemos ser «criticones». Vemos a alguien por la calle y pensamos: «¡Yo no me vestiría así ni loco!» Tendemos a ser ligeros al juzgar. Pero debemos procurar hacer juicios con criterio, con razonabilidad, no solo de manera emotiva.

El pensamiento crítico debe ser cultivado. De lo contrario, tendemos a un pensamiento simple, espontáneo y sin filtro. Separar el grano de la paja es, en esencia, pensar críticamente. ¿Qué significa esto? Significa detenerse, disponer de tiempo, porque si no, nos arrastra la inmediatez, que hoy en día es un gran problema tanto en la vida personal como colectiva.

Las nuevas tecnologías no nos ayudan a ir más allá de lo inmediato. Si no nos contestan un mensaje de WhatsApp de inmediato, ya estamos nerviosos. Antes, las cartas por correo postal tardaban diez días, pero ahora, si no responden en diez minutos, ya estamos preocupados: «¿Dónde estás? ¿Qué pasa?» Vivimos en un estrés constante, y esto no nos ayuda a desarrollar la calma y prudencia necesarias para un pensamiento sosegado.

Llevar este mensaje a las escuelas es toda una proeza. Para pasar de un pensamiento simple —a menudo atropellado y disperso— a un pensamiento consciente, reflexivo e inquisitivo, necesitamos la claridad y distinción que citaba Descartes.

Otro aspecto del pensamiento crítico es que a menudo parece impertinente, en el sentido de «no pertinente». Sabemos que los niños y niñas que hacen muchas preguntas son considerados pesados. Son impertinentes. “En clase no se deben hacer preguntas, solo escuchar”, con esta actitud se mata cualquier iniciativa de pensamiento crítico. Parece que un niño que hace preguntas no encaja en el currículo. Trabajar el pensamiento crítico en las aulas es complicado, pero a la vez urgente. Ese es el dilema.

Estamos mal informados, opinamos sobre noticias vagas o hechos falsos. Los humanos somos limitados, necesitamos tiempo para descansar y reflexionar. Pero hay tanta información que no tenemos tiempo para ver con claridad ni tomar decisiones porque estamos sobrepasados.

Como decía mi amigo Josep Maria Terricabras, hacer filosofía —y esto se puede aplicar también al trabajo del pensamiento crítico— es un arma de defensa personal. Es dar al alumnado las herramientas para alcanzar la autonomía. De lo contrario, serán sirvientes, criados, clientes. Si a nosotros, como adultos, nos cuesta, imagina cómo afecta esto a los niños y especialmente a los adolescentes.

¿Cómo podemos hacer una aplicación práctica en el aula?

No es fácil, y todo parece ir en contra: el entorno, la inmediatez, un cierto infantilismo que acepta los tópicos tal como vienen. Es un tipo de educación muy lenta; no es un curso de pensamiento crítico. En nuestro proyecto, esto se practica. Todo aquel que quiera acercarse a la educación desde el pensamiento crítico, en el sentido que hemos descrito, encontrará en Filosofía 3/18 algunas de estas características. Primero, porque es un proceso lento; el programa dura desde los 3 hasta los 18 años, lo que asegura la asimilación gradual. No se trata de un curso intensivo de 15 días, sino de un trabajo constante, año tras año, como un goteo en los cultivos.

Por otro lado, hay algunas cosas que podemos ir incorporando en el aula. Por ejemplo, y en primer lugar, siempre que sea posible, clarificar los criterios. Es decir, preguntar el porqué, cuál es el criterio que utilizamos. ¿Es el mismo criterio en la primera argumentación que en la segunda o ha cambiado? Por lo tanto, hay un trasfondo muy profundo relacionado con el uso del lenguaje y la sensibilidad lingüística. Debemos hablar con claridad y precisión, siendo rigurosos.

Una segunda condición sería enseñarles a tener en cuenta el contexto para no caer ni en la rigidez ni en el dogmatismo. Ser sensible al contexto significa reconocer las circunstancias, ya sean regulares o irregulares, típicas o atípicas. Contra la rigidez, elasticidad (que no es lo mismo que relativismo). Si queremos ayudar a los niños a ser críticos, debemos alejarlos de las generalizaciones que implican prejuicios y estereotipos, ayudándolos a ver el contexto.

Un tercer condicionante sería la habilidad y fortaleza personal para autocorregirse. Es decir, ser capaz de cambiar de idea u opinión, de contrastar con los demás y de escuchar. En Filosofía 3/18 trabajamos con grupos a través del diálogo, no de forma individual. El diálogo es una fuente magnífica para desarrollar estas tres habilidades. Preguntar “¿Qué significa libertad?” es un ejemplo de cómo el diálogo ayuda a estructurar el pensamiento crítico.

Estos tres niveles (clarificar criterios, tener en cuenta el contexto y autocorregirse) implican ser inquisitivos, preguntar y saber preguntar. Además, hay cosas más profundas, como no empezar una clase de biología sin preguntar qué es la vida, o una de educación sin preguntar qué es la educación. Las grandes preguntas ayudan a organizar la estructura mental y situarnos en el marco adecuado.

En un nivel más superficial, debemos estar atentos a ciertos tipos de expresiones. Por ejemplo, cuando alguien empieza una frase con “todo”, “ninguno”, “nunca” o “siempre”. Esto es algo que se puede trabajar incluso con niños pequeños. Generalizar sobre colectivos es una de las maneras más comunes de generar estereotipos y prejuicios.

El año pasado visité una clase y, de repente, un niño dijo acusadoramente a otro: “¡Has dicho ‘todos’!”. Aunque quizás no sea necesario llegar a esos extremos, pensé que estaba bien que un niño de siete años hubiera interiorizado esta idea. Porque ni yo ni la maestra nos habíamos dado cuenta. Aunque hubiera sido más suave, el niño decidió ir directamente al grano.

Esto puede parecer pequeño, pero les proporciona una herramienta sencilla para estar alerta. Igual que el uso de preguntas como “¿por qué?” o “¿cómo lo sabes?”. Tener a mano algunas preguntas clave que se repitan durante una sesión ayuda a generar hábitos de cuestionamiento. En Filosofía 3/18 decimos que trabajamos el pensamiento crítico a través de hábitos y habilidades de pensamiento: inferir, clarificar, ordenar, deducir, hacer hipótesis. Actividades mentales que configuran el razonamiento y, por tanto, el pensamiento crítico.

Un ejemplo práctico sería dejar un tiempo al final de la clase para reflexionar sobre lo que se ha hecho y cómo se ha adquirido el conocimiento. Esto es difícil porque todos vamos apurados, pero debemos procurar encontrar tiempo para comprender qué aspectos del pensamiento crítico hemos desarrollado en esa lección. Falta tiempo para pensar.

El pensamiento crítico no se puede enseñar, se debe aprender. Y nosotros debemos enseñarles a que lo aprendan. Es como crecer; podemos darles vitaminas, pero es un trabajo que cada uno debe hacer por sí mismo. En la escuela, el pensamiento crítico debe tener vida y ser experimentado.

Hemos hablado sobre pensamiento crítico, pero no puedo dejar de mencionar que esta dimensión debe complementarse con otras como el pensamiento creativo y el pensamiento cuidadoso.