No hay ninguna prueba de que las grasas animales alarguen la esperanza de vida
Verificamos una publicación que dice que la mayor esperanza de vida de los humanos se debe al consumo de grasas animales
¿Qué se ha dicho?
Que gracias a que comemos grasas animales, vivimos un 30% más que los simios hervíboros, en parte porque sufrimos menos enfermedades vasculares.
¿Qué sabemos?
No hay pruebas de que la mayor esperanza de vida esté vinculada exclusivamente a la dieta. Y las grasas animales están más relacionadas con la aparición de enfermedades, también cardiovasculares, que las vegetales.
Nos habéis hecho llegar un texto publicado en un medio de comunicación digital que asegura que la esperanza de vida de los seres humanos es mayor a la de los simios herbívoros gracias, en parte, a “la introducción de las grasas animales en nuestra alimentación”, que “previenen la aparición de enfermedades vasculares”. Es ENGAÑOSO. No hay pruebas de que la mayor esperanza de vida esté vinculada exclusivamente a la dieta. De hecho, las grasas animales están más relacionadas con la aparición de enfermedades, también cardiovasculares, que las vegetales.
Los humanos vivimos un 30% más que los simios herbívoros. Por eso, la introducción de las grasas animales en nuestra alimentación juega un papel decisivo. Éstas previenen la aparición de enfermedades vasculares
El texto no ofrece ninguna prueba ni enlace a ningún artículo que respalde sus argumentos. Sí que es cierto que los humanos vivimos más que los simios, que raramente pasan de los 50 años mientras que, actualmente, los humanos viven en torno a 73,4. Es decir, la diferencia en esperanza de vida es muy superior al 30% del que habla el texto. De hecho, la inmensa mayoría de los simios tienen una dieta omnívora basada principalmente en vegetales.
Los humanos hemos doblado nuestra esperanza de vida en los últimos dos siglos, mientras que nuestra dieta incluye carne desde el origen de la especie homo sapiens. “Existen factores como […] el acceso a todo tipo de comida…” que puede contribuir a que vivamos más años, indica a Verificat Giuseppe Russolillo, doctor en Nutrición Humana y Dietética y presidente de la Academia Española de Nutrición y Dietética de España. Pero la incorporación de la carne no tiene por qué ser sinónimo de esto. De hecho la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha elaborado un plan con los principios básicos que ha de seguir una dieta saludable, en el que menciona específicamente que hay que “priorizar el consumo de grasas insaturadas [en su mayoría, de origen vegetal] con respecto a las saturadas [fundamentalmente de origen animal]”, así como “aumentar el consumo de cereales integrales, hortalizas, frutas, legumbres y frutos secos”.
Además, la evidencia científica disponible señala que este aumento de la esperanza de vida no solo está condicionado por la alimentación. Los estudios que analizan este fenómeno han centrado las explicaciones en las mejoras en medicina y salud pública, que han permitido reducir ampliamente la mortalidad infantil, a la vez que mejorar la calidad de vida de los mayores de 65 años. Otro artículo apunta a estos factores conjuntamente con mejoras en la educación, salubridad o nutrición.
Grasas buenas y malas
Existen diversos tipos de grasas y la mayoría pueden encontrarse tanto en productos de origen animal como en productos de origen vegetal. Sin embargo, las recomendadas en menor cantidad se encuentran sobre todo en productos de origen animal. Eso no significa que ningún alimento vegetal contenga grasas cuyo consumo se desaconseje —es el caso del ácido graso palmítico, por ejemplo, un tipo de grasa saturada presente tanto en productos animales como en vegetales—, pero pasa en mucha menor medida.
Tradicionalmente, las grasas se han dividido en animales y vegetales, pero como señala la Universidad de Harvard, esta distinción es imprecisa. Lo importante, destaca, es su composición química y las diferencia en tres grandes grupos: las grasas trans, las saturadas y las no saturadas.
Las primeras se encuentran de manera natural en algunos animales —vacas y corderos, por ejemplo— y alimentos derivados de ellos —como la leche—, pero también pueden producirse artificialmente. Las grasas saturadas, por su lado, se dividen entre ácido palmítico, ácido esteárico, ácido mirístico o ácido lignocérico y se encuentran mayoritariamente en los alimentos de origen animal. Finalmente, las grasas no saturadas, las que la OMS recomienda comer en mayor proporción, se subdividen a su vez en poliinsaturadas y monoinsaturadas. Se hallan principalmente en alimentos de origen vegetal además de pescados y mariscos.
Las recomendaciones actuales de la OMS precisamente establecen una distinción entre las cantidades recomendadas de cada tipo de grasa para tener una dieta saludable. Para reducir el riesgo de desarrollar enfermedades como las cardiovasculares, cáncer o diabetes, lo ideal es “limitar el consumo de grasas saturadas a menos del 10% de la ingesta calórica diaria; el de las trans a menos del 1%”, y sustituir las grasas saturadas y las grasas trans por grasas no saturadas, “en particular grasas poliinsaturadas”, apunta el organismo.
Un exceso de grasas saturadas aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares
El autor del artículo que nos habéis mandado no señala las fuentes en las que se basa para decir que las grasas animales reducen la probabilidad de enfermedades vasculares, pero la evidencia científica apunta en la dirección contraria: hay estudios que demuestran que sustituir las grasas saturadas por insaturadas (mono y poliinsaturadas) reduce la probabilidad de ser víctima de enfermedades cardiovasculares. Es decir, que aunque un consumo moderado de grasas saturadas no es perjudicial, intentar reemplazarlas por las insaturadas tiene ventajas en nuestro organismo. En otra revisión Cochrane, organización sin ánimo de lucro que reúne a un grupo de investigadores de ciencias de la salud de más de 30.000 voluntarios en 90 países que aplican un riguroso y sistemático proceso de revisión de las intervenciones en salud, los científicos concluyeron que reducir la ingesta de grasas saturadas durante al menos dos años provoca una reducción potencialmente importante de los eventos cardiovasculares combinados.
Menos debate generan las grasas trans, que tienen una vinculación demostrada con el aumento del colesterol, uno de los factores de riesgo de las enfermedades cardiovasculares. Su consumo no aporta ningún beneficio para el cuerpo y, de hecho, las grasas trans de origen artificial están prohibidas en muchos países como Estados Unidos o los países miembros de la Unión Europea.
Por otro lado, las grasas insaturadas se encuentran principalmente en alimentos de origen vegetal, según indica la Fundación Española del Corazón, aunque una de las fuentes principales de omega-3, uno de los poliinsaturados, es el pescado y el marisco.
Además, los alimentos de origen vegetal también contienen una pequeña porción de grasas saturadas: “Las grasas vegetales contienen todos los ácidos grasos”, señala a Verificat Emili Ros, director de la Clínica de Lípidos del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Clínic de Barcelona, quien pone como ejemplo el aceite de oliva, que tiene un 10% de ácido graso palmítico, o los frutos secos, que si bien son ricos en monoinsaturado, tienen hasta el 15% de palmítico: “La naturaleza ya equilibra las grasas en todas partes”, razona. “Si no comemos carne, no tendremos ninguna deficiencia de grasas saturadas, ya las consumimos con otros alimentos”, concluye.