El caso de Elizabeth Holmes, o cómo nos dejamos arrastrar por la multitud
La serie The Dropout es un buen ejemplo del efecto de arrastre, un fenómeno relacionado con vivir en sociedad
Disney+ estrenó recientemente una serie titulada “The Dropout: Auge y caída de Elizabeth Holmes”. La historia, basada en hecho reales, trata sobre una chica que tuvo que buscarse la vida para sacar adelante a su familia con problemas económicos y se inventó un método supuestamente revolucionario para realizar análisis de sangre con tan solo una gota y, lo más destacable, con un mínimo pinchazo. Spoiler: la empresaria acabó en prisión.
Holmes creó la empresa de diagnóstico médico Theranos Inc., dedicada a diseñar pruebas de laboratorio mínimamente invasivas. El laboratorio lanzó en 2014 un sistema de análisis que prometía, a través de unas gotas de sangre, realizar más de 1.000 pruebas médicas. La muestra necesaria era muy pequeña, y, por tanto, el procedimiento era menos doloroso y costoso que las pruebas tradicionales.
¿Cómo logró ese triunfo? Seguramente aquí juegan muchos factores: el hecho de que un equipo de investigadores creyera en ella, el apoyo de un buen amigo o la inversión económica que realizaron varios empresarios que confiaban en el proyecto. Pero uno de los factores más importantes tiene que ver con vivir en sociedad, y es lo que se conoce como efecto de arrastre o efecto bandwagon, definido por Termcat como el “fenómeno psicológico caracterizado por la tendencia de las personas a alinear sus creencias y comportamientos con las de otras personas que repercute en el comportamiento de los consumidores”.
Es decir, que si estamos rodeados de un grupo de personas que tienen una opinión concreta, es muy probable que acabemos compartiendo esta opinión, a pesar de no tener evidencia clara al respecto. Esto se debe también a que somos animales gregarios —vivimos en sociedad— y que es fácil contagiarnos de lo que piensan los que tenemos alrededor y acabar usando el argumento ad populum.
Ahora bien, esto no puede servirnos como excusa para dejarnos llevar siempre por la multitud. Para preservar la opinión propia, es importante saber por qué tenemos esa opinión. Algunas preguntas que puedes hacerte para saberlo son:
- ¿Qué piensa mi entorno de este tema?
- ¿En qué se basa mi opinión?
- ¿Tengo argumentos para sostener mi opinión?
El consumo crítico de la información es vital para esquivar este sesgo: antes de reaccionar, tómate un momento para pensar si lo que ves tiene lógica y se basa en evidencia demostrada.