Andreu Escrivà, divulgador climático: “Hemos banalizado el concepto de sostenibilidad”
Acaba de publicar ‘Contra la Sostenibilidad’, una guía para defenderse del greenwashing
El ambientólogo Andreu Escrivà (Valencia, 1983) lleva un tercio de su vida dedicado a comunicar el cambio climático y la importancia de tomar consciencia para poder iniciar un cambio social. Acaba de publicar su tercer libro, ‘Contra la Sostenibilidad. Por qué el desarrollo sostenible no salvará el mundo (y qué hacer al respecto)’ en castellano, a cargo de la editorial Arpa Editores, y en catalán, por Sembra Llibres.
Dice que su ensayo pretende servir de guía básica para poder defendernos de mensajes que aparecen a diario y cada vez con más frecuencia en redes sociales, televisión y en anuncios, y que están llenos de palabras como sostenible, economía circular, o neutralidad climática. Para Escrivà, estos términos han acabado siendo conceptos-paraguas vacíos de significado, y que pueden darnos una idea equivocada de qué podemos hacer nosotros realmente como ciudadanos para combatir la crisis climática.
¿Por qué has escrito este libro en este momento?
Porque tras la pregunta a ‘Y ahora, ¿yo qué hago?’ [título de su anterior publicación] para combatir el cambio climático, muchas veces la gente encuentra la respuesta en aquello sostenible, y creo que hay una percepción creciente de que algo falla en aquellas soluciones que nos están vendiendo desde un marco capitalista y, sobre todo, muy mercantilista.
En una parte del libro dices que la inmensa mayoría de los responsables de sostenibilidad tienen ansiedad porque son conscientes de que esos planes de sostenibilidad que venden de sus empresas en realidad de sostenibles tienen poco. ¿Por qué crees que existe el lavado verde, o greenwashing, si en realidad el mundo está lleno de personas con conciencia?
Porque creo que cuesta mucho ir a la contra de ciertos conceptos que todo el mundo percibimos a priori como buenos, como la sostenibilidad [según la Real Academia Española, sostenible es aquello “que se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente”]. Hay que empezar a llamar a las cosas por su nombre. Te pongo un ejemplo: la webcam que estoy usando es de plástico reciclado, neutra en carbono, etc., y la venden como webcam sostenible. ¡No lo es! No puede ser que ahora digamos que esto es sostenible, porque si realmente la webcam fuera sostenible, podríamos comprar 10.000 millones y no habría ningún impacto, y no es así.
¿Todo lo que viene acompañado de la palabra sostenible es greenwashing?
Todo no. Hay que distinguir entre las acciones que uno emprende bajo el paraguas de la sostenibilidad, que son intrínsecamente buenas la mayor parte de las veces, y lo que se nos vende como sostenible que, sobre todo en el ámbito empresarial y de la publicidad, la inmensa mayoría no lo es: una cosa es que tú ahora gastes un 20% menos de energía o de papel en hacer tu producto, y otra es que eso sea sostenible. Hemos banalizado el concepto, lo hemos vaciado de contenido: si al final todo puede ser sostenible, ya no significa nada; es una brújula que señala el norte en todas direcciones, entonces no sabemos hacia dónde ir. El libro quiere ser una herramienta para que a nadie se la cuelen, es decir, para que cuando te vendan algo como sostenible, no te engañen con que lo es.
¿Por qué desconfiar de conceptos que suenan tan bien como ‘economía circular’?
El greenwashing es como los Cheetos o las Pringles, es decir, apelan a algo que nos cuesta rechazar: la economía circular suena muy bien porque, para empezar, no solo eliminamos la sensación de culpa por haber generado un residuo, sino que además nos sentimos legitimados para comprar muchas veces más. Imagínate que la ropa ahora te dice que es economía circular. Si tú ves eso, aparte del dinero, ¿qué problema hay en comprarte 10 o 20 pantalones? Ninguno. Es un círculo virtuoso fantástico.
¿Cuáles son las preguntas básicas que tenemos que hacernos cuando estamos ante un mensaje para determinar si un contenido contiene greenwashing?
La pregunta siempre es: esto que me estás contando, ¿qué supone respecto a tu actividad total? Me explico: si una empresa como el Banco Santander recicla las tarjetas de crédito usadas para hacer bancos [mobiliario urbano], y en un periódico te indican que eso es banca sostenible, la pregunta que hay que hacerse no es si ese banco reciclado es bueno o malo —es bueno—, sino qué porcentaje representa respecto a su actividad total y a su impacto. Ahí es cuando ves que, mientras anuncia eso, invierte 46 mil millones de euros en cinco años en combustibles fósiles. Entonces dices, vale, ese banco reciclado puede ser muy chulo, pero no tiene ningún tipo de relevancia frente a lo otro.
¿Estamos preparados como sociedad para detectar estos mensajes?
A esta pregunta le he dado muchas vueltas. Como sociedad, no, pero la clave es prepararnos. ¿Cómo lo hacemos? Mediante la educación ambiental. Si tú estás en una sociedad en la cual este tema se habla, se da en las escuelas, en los institutos, en las universidades, en el aire, en la tele, sí tendremos la posibilidad de organizar un gran debate que, sin solucionarlo todo, nos va a posibilitar escoger mejor las alternativas de futuro. La buena noticia es que tenemos una sociedad lo suficientemente madura para absorber todos estos conocimientos.
En el libro hablas de que cuando te preguntan qué se puede hacer para frenar el cambio climático y activar la transformación, respondes que lo primero es “dedicar presupuesto y profesionales para la educación ambiental pública, rigurosa y transformadora”. ¿A qué te refieres exactamente con esto?
No es una información ambiental de elecciones del consumidor, sino una educación ambiental con una base científica. No es cuestión de que tú digas “el plástico aquí, el papel va aquí”, sino de que expliques qué es el proceso de reciclaje, cuánto se consume, por qué es mejor beber agua del grifo… No tiene que ser una educación ambiental de acciones, sino de reflexiones, de información crítica y sobre todo que sirva como herramienta. Y añado lo de transformadora porque no ha de ser una educación ambiental que apele a la acción individual, sino a la transformación colectiva.
¿Cómo aplicamos esa educación ambiental?
No creo en dicotomías: no creo en “o asignatura o transversalidad”, o en “educación formal o educación no formal”; creo que necesitamos todo a la vez y rápido, y eso requiere mucho esfuerzo, dinero, contratación, y asumir que aunque hacerse fotos con un coche eléctrico o con un gasoducto de hidrógeno dé muchas portadas, es mucho más importante para la transición ecológica disponer de educadores ambientales formados, capaces, y con recursos para realmente transformar a la sociedad.